LeaTex escribió:"SOLDADOS! SUBORDINACIÓN Y VALOR!" y todos responden "PARA SERVIR A LA PATRIA!"
Che, acá mandé fruta y nadie me dijo nada, o será que no conocían el lema. Bueno, la respuesta correcta es "para DEFENDER a la patria".
Gilgamesh escribió:Cambiando de tema: Si a alguien de aca le interesaría la carrera militar,por que no la siguió?
Mala paga? Mala cultura institucional? No apto fisico? No tolera madrugar? Poco plan de desarrollo de carrera? etc etc.
Yo ya lo dije, fue porque no tienen carrera universitaria de sistemas.
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Y ahora les dejo lo que prometí 2 veces:
Se terminaron los sorteos, los números altos que llevaban sin escalas a la colimba, los números bajos que terminaban en festejos y la cabeza rapada por los amigos. El fin del servicio militar obligatorio después de 92 años de historia, fue una de las leyes más festejadas de la década del noventa, símbolo inobjetable de la avanzada democrática o bien de la pérdida de poder de las fuerzas armadas. Sólo que, como si fuera un estigma argentino, la decisión fue hija de una tragedia: el crimen de un conscripto, el crimen de Carrasco.
El Grupo de Artillería de Montaña, en Zapala, Neuquén, con la cordillera de fondo y los vientos helados hasta los huesos, era uno de los destinos de casi cien mil jóvenes de 18 años que cada año hacían el servicio militar en el Ejército. A ese cuartel el 3 de marzo de 1994 llegó en colectivo Omar Carrasco, un muchacho de un metro sesenta y 19 años recién cumplidos, que nunca jamás había salido de su pueblito patagónico, Cutral Có. Su primera y última experiencia le duró tres días. El 6 de marzo lo molieron a golpes.
La noticia del hallazgo del cadáver de Carrasco se conoció un mes después de la golpiza, el 6 de abril. Y hubo, como tantas veces, una explicación oficial que intentó ocultar los hechos. Se dijo que había muerto de frío al querer escapar del rigor, la disciplina y el orden del Ejército. Se dijo pero esta vez no se creyó.
Primero fueron los cinco mil vecinos de Carrasco en Cutral Có. Enseguida otros 15 mil que se plegaron a la protesta en la capital de Neuquén. Reflejo inmediato de la tragedia, no sólo reclamaban por el esclarecimiento del crimen sino también contra el servicio militar —"Chau colimba", coreaban—, un grito que parecieron descubrir en todo el país madres, tías y abuelas.
El jefe del Ejército, Martín Balza, entendió enseguida que estaba en juego algo más que un hecho policial. El general se apareció de sorpresa en Zapala y juró esclarecer el caso, mientras los oficiales de Inteligencia del Ejército intentaban, en secreto, "ordenar" las cosas dentro del cuartel. El presidente Carlos Menem debió también poner la cara y empezó por quejarse de los "ataques a una institución pilar de la Nación". Ningún argumento podía torcer la historia, que ya parecía escrita.
Carrasco era un muchachito tímido, morocho, de hablar lento y profundamente religioso. También era inocente, pecado imperdonable para algunos. Apenas ingresó al cuartel, el soldado Omar se convirtió en el blanco preferido del jefe de su grupo, un joven oficial que se la daba de duro, el teniente Ignacio Canevaro. Carrasco, se supo luego, era el elegido para los "bailes". Carrasco, se comprobó, solía salir sorteado para el salto en rana, para los maltratos en aquellas madrugadas heladas.
Con la ayuda de otros dos conscriptos, Canevaro golpeó a Carrasco hasta romperle las costillas y dejarlo moribundo. Y en vez de llevarlo a una enfermería para intentar salvarle la vida, decidieron esconderlo para que se creyera que había escapado. No importaba el crimen; sólo que se supiera.
Las pericias acabaron desnudando una trama fuera de época. Carrasco había muerto en el baño del cuartel luego de varios días de agónica soledad. Meses después, unos perros rastreadores pudieron reconstruir el trayecto que usaron Canevaro y los suyos para trasladar el cadáver del soldado Omar hasta el monte donde terminó siendo "hallado". La historia oficial se derrumbó. En enero de 1996, el Tribunal Oral Federal de Neuquén condenó por el crimen al subteniente Ignacio Canevaro a 15 años; a los soldados Víctor Salazar y Cristian Suárez, a 10 años. Los 3 se declararon inocentes.
En 2000 Salazar y Suárez recuperaron su libertad por la aplicación de la ley del 2 por 1. En febrero de 2004 quedó en libertad Canevaro, quien estudió derecho en la cárcel y ya en libertad se integró a trabajar a un estudio jurídico en la Capital Federal.
Pero no sólo ellos se habían manchado las manos. En el juicio oral quedó al descubierto un intrincado laberinto de falsas denuncias y pistas orientadas a confundir a los investigadores, ideadas en su mayoría desde el servicio de inteligencia del Ejército, el mismo que quince años antes había ocupado un lugar protagónico en el aparato represivo de la dictadura. En la causa del encubrimiento se procesó y elevó a juicio oral al general Carlos Alberto Díaz -ex jefe de la Brigada de Neuquén-, al teniente coronel With, al teniente Carlos Verón, al subteniente Carlos Parodi, al suboficial principal René López y al sargento Mario Guardia, además del capitán Correa Belisle.
Los siete militares esperaron durante once años el juicio donde iban a ser juzgados por supuesto encubrimiento. Y tanta espera los terminó beneficiando. En junio de 2005 fueron sobreseídos; el delito por el que se los acusaba ya había prescripto.
La medida fue adoptada por el Tribunal Oral Federal de Neuquén, mediante un fallo en el que no sólo criticó la actuación judicial en la causa sino que se refirió a la existencia de “una acción funestamente corporativa” de los militares acusados. Al dictar la prescripción en base a la modificación (ley 25990) realizada en el Código Penal a principios de ese año, los magistrados resaltaron que “las prescripciones decretadas no borran el delito”.
Pese al sobreseimiento, uno de los jueces, Orlando Coscia, escribió que todos eran culpables. Correa Belisle y Manuel Balboa, fiscal del Tribunal Oral de Neuquén, apelaron esa resolución ante Casación cuestionando la prescripción, porque se lo privaba de la posibilidad de demostrar su inocencia en un juicio.
En agosto de 2007, con un fallo unánime, la Sala II de la cámara resolvió que el Tribunal Oral Federal de Neuquén se equivocó en su planteo de que el delito había prescripto y ordenó apartar a ese tribunal y conformar otro que deberá producir una nueva sentencia para los siete militares procesados por encubrir el asesinato del soldado.
En esa nueva causa, el principal inconveniente para la llamada historia oficial del homicidio -que ya era cosa juzgada- fue el surgimiento de una trama muy diferente y más comprometedora para el Ejército y la Justicia.
Esa trama la aportó el perito oficial Alberto Brailovsky, médico legista de la Policía Federal, al dictaminar que Carrasco no murió debido al golpe que recibió en el pecho, sino al hecho de que fue secuestrado dentro del cuartel y allí recibió una atención médica clandestina y con error de diagnóstico que, tras 48 a 72 horas de agonía, lo llevó a la muerte. Luego, el cuerpo se ocultó durante un mes.
Pocos de los jóvenes que hoy tienen 18 años lo saben. Pero Carrasco, con su vida, cerró las puertas de esa colimba que, sólo según los tíos más bravos, hacía duros a los hombres. Lo decidió Menem, el 31 de agosto de 1994, con el decreto 1537 (
http://www.ser2000.org.ar/articulos-rev ... cretos.htm). Número alto, se habría dicho en el sorteo. Pero eso es cosa vieja.