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Un 30 por ciento de componente mestizo en la población argentina
Universidad Maimonides, Facultad de ciencias medicas
La investigación de un equipo compuesto por antropólogos, biólogos, bioquímicos y arqueólogos, prueba que el aporte autóctono en la población de Argentina sería de un 30%. Los resultados del trabajo, surgido de un análisis de donantes de sangre en diversas regiones de nuestro país, indican que hay un 65% de componente europeo, un 30% amerindio y un 5% es africano. El linaje amerindio se da mayormente por vía materna, disminuye a medida que se acerca a la ciudad de Buenos Aires y aumenta hacia el norte y hacia el sur.
Cuántas veces hemos escuchado que en la Argentina “venimos de los barcos…” y que somos “un crisol de razas”. Así lo creen muchos y ha sido escrito cantidad de veces y hasta legitimado como conocimiento válido. Pero ¿venimos realmente de los barcos y somos ese tan mentado crisol de razas?
“Lo que existe es la mitología de que somos blancos y europeos -indica a InfoUniversidades el doctor Francisco Raúl Carnese, quien está al frente del laboratorio de Antropología Biológica de la Universidad-. Sin embargo, nuestra población está bastante mestizada. La composición indígena es muy llamativa, en especial en la ancestría por vía materna, que aumenta hacia el norte y hacia el sur y también es muy importante en el área metropolitana de Buenos Aires, particularmente en el Conurbano. Tenemos la necesidad de “blanquear” poblaciones, pero el concepto de “crisol de razas” está cuestionado. La genética de poblaciones demostró que no existe discontinuidad entre las poblaciones humanas, que las variaciones biológicas son de naturaleza continua. Las razas no reflejan una realidad biológica, sino que más bien son construcciones sociales.
Hasta los años ‘30 o ‘40 parecía bastante cierto que la composición de la población de la ciudad de Buenos Aires tenía un marcado componente europeo. Y de esto dieron cuenta dos investigaciones realizadas en los hospitales Italiano y Rivadavia, donde se observó que las frecuencias génicas de los sistemas ABO y el Rh eran similares, en una muestra de más de 15 mil donantes de sangre porteños, a las de Italia y España. Medio siglo después, el doctor Sergio Avena, integrante del equipo de investigación, retomó la temática: volvió a analizar frecuencias génicas en dadores de sangre y se encontró con que aparecían marcadores grupales sanguíneos que denotaban otra composición en la población local.
La población nativa de América del Sur es casi en su totalidad del grupo 0, algo que entre europeos alcanza a alrededor del 60 por ciento -explica la bioquímica Cristina Dejean -. Lo que Avena comprobó es que la frecuencia del grupo sanguíneo 0 aumentaba en comparación con los datos de 50 años atrás. Este dato biológico, sumado al del origen de padres y abuelos, permitió concluir que la mayor proporción de donantes de sangre con elevada composición genética indígena tenían ancestros del norte argentino, en especial llegados con las migraciones internas producidas masivamente en las décadas del ‘40 y ‘50 y, a partir de los años ‘60, de otros países sudamericanos limítrofes, una tendencia que se acentúa en los ‘90.
Los investigadores explican que los sistemas sanguíneos más conocidos como el ABO y Rh son muy informativos para estudiar mezcla génica entre europeos y amerindios, pero también existen otros sistemas como el Duffy, que no se hace de rutina y que sirve para ver el aporte africano. Por ejemplo, el alelo Duffy null tiene un valor cercano al 100% en subsaharianos, prácticamente no está en europeos y amerindios, y en la muestra se obtuvo un 4%, un indicador claro de aporte africano. Las investigaciones del grupo han permitido sacar cuentas distintas de las de muchos manuales respecto de la composición de la población argentina: un 65% de europeos, un 30% de amerindios y la aparición de un elemento que en la mayoría de las descripciones aparece negado: un 5% de componente africano.
En la Argentina dos eventos históricos tuvieron fuerte influencia en la composición genética de la población -explica Cristina Dejean-. El primero fue la inmigración europea masiva entre 1880 y 1930, cuando cerca de 3.5000.000 europeos, fundamentalmente de España e Italia, se radicaron en Buenos Aires y la Pampa Húmeda, y es por eso que para las primeras tres o cuatro décadas del siglo pasado la población presentaba características génicas similares a las de los países de origen de sus ancestros inmediatos. El segundo evento ocurrió en los ‘40, cuando la sustitución de importaciones trajo gente de las provincias y países limítrofes, algo que modificó el acervo genético de la población del área metropolitana de Buenos Aires.
Eso se refleja en la actualidad en la ciudad de Buenos Aires y el primero y segundo cordón suburbanos, con un porcentaje de participación amerindia del 5, 11 y 33%, respectivamente. Los componentes africanos, en cambio, no presentaron variantes significativas según las áreas -oscilaron entre un 3 a un 5%-, lo que demuestra que se trata de un elemento antiguamente establecido en la genética de estas poblaciones, cuando, en cambio, el incremento del elemento nativo viene a cuenta de las sucesivas migraciones llegadas a los suburbios porteños a lo largo del siglo XX, y no a una mezcla o mestizaje de individuos entre sí.
Los españoles llegaron solos y se mezclaron con las mujeres nativas -afirma Sergio Avena-. Por eso, esa ancestría quedó fijada en el ADN mitocondrial, que permite conocer la línea materna: lo transmiten únicamente las mujeres (madre, abuela, bisabuela, tatarabuela) y a ambos sexos. El ADN paterno, que se transmite únicamente entre varones a través del cromosoma Y, en cambio, es fundamentalmente de origen europeo. ADN mitocondrial y cromosoma Y son marcadores uniparentales, a diferencia de los sistemas autosómicos que incluyen ancestrías tanto paternas como maternas.
Las investigaciones del grupo prueban que buscar el ancestro amerindio por vía materna puede deparar conclusiones inesperadas. En las poblaciones analizadas (Salta, Esquel, Comodoro Rivadavia, Bahía Blanca, y el área metropolitana de Buenos Aires, incluyendo Capital Federal y primero y segundo cordón) se halló que el 65% de la muestra (cerca 1.100 personas) tenía linaje nativo por línea materna, independientemente del apellido, o las características fenotípicas -la apariencia- de la persona en cuestión.
La mayor presencia del linaje uniparental amerindio por vía materna respecto de la paterna resulta concordante con un modelo donde se da el “cruzamiento” de la mujer nativa con el varón europeo, algo que ha sido ampliamente observado en nuestro país”, afirma Avena en una de sus investigaciones, y agrega que aun tomando la población más europea de todas, es decir, la de Buenos Aires, casi una de cada dos personas tiene ancestría materna nativa.
En Salta, el linaje materno amerindio llega prácticamente al 90%; en la Patagonia, hasta el 70 -añade Carnese-. Disminuye a medida que se acerca a la ciudad de Buenos Aires y aumenta hacia el norte y hacia el sur. Pero este proceso de mestizaje no es reciente, la mezcla se produce en tiempos de la colonia. Después de eso, las poblaciones tendieron a unirse en forma endogámica. Pero ese elemento nativo queda en el ADN mitocondrial, que es muy superior que la ancestría nativa por vía paterna, reflejada en el cromosoma Y, que apenas llega al 15% en promedio en todas esas regiones estudiadas.
En la actualidad, el equipo de Antropología Biológica, integrado también por la doctora M. Laura Parolin, los licenciados Bárbara Postillone, Cristian Crespo, Francisco Di Fabio Rocca, Silvina Vaccaro y los estudiantes avanzados Gisselle Abruzzesse, Débora Rodríguez, Gabriela Russo y Andrea Ares, continúa con su investigación con muestras de la ciudad de Rosario y de Córdoba para 2012.
Adrián Giacchino
adrian.giacchino@fundacionazara.org.ar
Departamento de Prensa
Universidad Maimónides
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